MEDELLÍN DE CONSUELO
MEDELLÍN DE CONSUELO
La ciudad es una para el que pasa sin entrar y
otra para el que está preso en ella.
Italo Calvino – Las ciudades invisibles
En la guerra de Corea hubo de todo, muertos por miles, enfrentamientos demenciales, odios cerrados y un largo etcétera de destrozos, pero hubo un hecho que sobresale por lo olvidado y se trata de las mujeres de compañía o “estaciones de consuelo” para los soldados surcoreanos y para las tropas de la ONU dirigidas por estadounidenses durante la guerra, consistía en mujeres que eran obligadas a servir como escorts a los combatientes, eufemismo que viene de una práctica más antigua, las “mujeres de consuelo” que suele referirse a las coreanas y otras mujeres asiáticas que durante la Segunda Guerra Mundial fueron obligadas a la esclavitud sexual por los japoneses.
En todos estos casos las mujeres fueron forzadas a la prostitución, un comportamiento aberrante, sexista y discriminatorio que algunos expertos han dado en llamar “imperialismo sexual” que parece haber sido no solo aceptado entre las prácticas comunes de las guerras que emprenden los norteamericanos, sino que han cargado con él a los otros sitios a donde despliegan sus intervenciones militares por el mundo como en Filipinas, Japón o Tailandia. Por eso no es extraño que con el famoso Plan Colombia una intervención similar a las anteriores, otra de sus “guerras” aunque esta vez no contra otro ejército sino contra un producto como “las drogas” que dicho sea de paso son ellos, los habitantes del país norteño, los más grandes consumidores del mundo y que ha costado la vida a miles y la subsistencia y pobreza, que es otra forma de muerte más lenta a otros tantos miles de campesinos colombianos, también se percibiera una manera análoga de estimación y uso de mujeres que servían de compañía a mercenarios estadounidenses en sus cooperaciones bilaterales dentro de dicho plan. El tema es tratado por Pilar Triviño Arguello en su novela Las mujeres del Tío Sam, en donde devela el carácter de esos soldados y su papel dentro del Plan Colombia, pero más importante aún nos presenta las relaciones que tejen estos con mujeres colombianas de distinta clase social y diferente edad, relaciones temperadas por la necesidad de compañía de estos oscuros personajes que al parecer se sienten solos en todos los lugares atiborrados de gente que deciden invadir; en el caso de Colombia y el mencionado Plan, las personas no eran obligadas directamente a servir de compañía a estos actores armados como ocurrió en el sudeste asiático, sin embargo existe entre nosotros, habitantes de estos países en vías de desarrollo, segundo eufemismo, una obligatoriedad más disimulada pero igual de dañina y quizás peor en sus implicaciones sociales, que es la cultural y que cobija a personas de todo tipo y de cualquier género y es la que obedece a la imagen de superación que nos han impuesto, convalidada únicamente por el mejoramiento económico, identificando el dinero como sumo bien social y el garante de la pertenencia o no a la parte mejor de la sociedad y asimilando la falta de este como sinónimo de fracaso, atraso, deterioro y maldad.
Todas las personas en mayor o menor medida compartimos un mismo deseo de reconocimiento y aprecio de los demás que conlleva implícitamente una forma de autodesprecio, porque suele ocurrir que la estimación que los otros sienten por nosotros es menor que la que sentimos por nosotros mismos; buscar la aprobación de los demás es siempre una tarea dispendiosa e ingrata porque no hay manera objetiva de medir con exactitud y ecuanimidad la opinión del otro, lo que suele redundar en un menosprecio que se siente inmerecido o en un sobreaprecio que se cree justificado, siendo así que obtener la estima de los demás es no solo deseable sino también útil y en algunos casos de vital importancia; los individuos tendemos a actuar de determinadas maneras para conseguirla, maneras que están soportadas en cánones que la sociedad ha impuesto como aceptables, equilibradas y distinguidas y que en nuestra sociedad antioqueña están asociadas irremediablemente al éxito económico, que como he mencionado es exclusividad de muy pocos, lo que presenta una disparidad objetiva entre las aspiraciones individuales fomentadas por dicha cultura de la ostentación y el diminuto campo de acción de la mayoría pobre y aspiracional, provocando una sensación de ansiedad generalizada y un complejo de inferioridad social frente a quienes presentan cierta prosperidad monetaria que por nuestra visión errada del éxito consideramos como triunfo social, y ahí es donde encaja la figura del extranjero próspero, ya no el soldado que las circunstancias de su oficio obligaron a trasladarse a este territorio como los del Plan Colombia sino cualquier vecino de a pie que tenga una nacionalidad preferente para nuestra mirada agachada que considera el primer mundo como el único mundo posible, en su pasaporte, representando un escalamiento o al menos una aspiración de ascenso en el frágil deseo de mejoramiento social que en nuestra precaria realidad llena de afugias nos recomienda como deseable, vinculándonos con ellos desde el complejo, observándolos desde abajo como nuestra manipulada ubicación en el mapamundi, que impuso una horizontalidad del vínculo en donde ellos ocupan siempre el renglón de arriba y nosotros ineluctablemente el de abajo, al igual que el lenguaje con que nos designamos unos y otros siendo ellos el primer y nosotros escasamente el tercer mundo, lo que nos invita a creer que un extranjero, por el solo hecho de serlo y especialmente si es gringo, trae consigo, de entrada, de nacimiento, unos atributos sociales superiores y todos los valores morales del ser humano, captando nuestro interés de inmediato, hasta llevarnos a considerar sus acciones, sus pasiones y su modo de vida como algo adecuado o cuando menos, valioso y digno de emular.
No en vano, una de las opciones más socorridas de mucha gente latinoamericana es trasladarse al país del norte cuando las cosas en sus países se ponen jodidas, para conseguir allí las oportunidades que no tienen en sus naciones, y vienen hablando maravillas sobre cosas que en sus países desprecian incluidos los trabajos miserables y de mierda que realizaron, los cuales engrandecen y loan como si fueran el mejor trabajo del mundo, cuando lo único que recibieron fue un mejor sueldo aunque esto es relativo porque el nivel de gasto en Estados Unidos es infinitamente superior debido a su exacerbado consumismo, que es lo que venden como ideal de progreso, tener más cosas se traduce en mayor bienestar, una forma de imperialismo cultural consumista. De nuevo aparece la idea de engatusar con espejitos brillantes y por eso se tuvieron que llenar de privaciones para poder sobrevivir y guardar unos pocos pesos que después triplican en ostentación en sus respectivos terruños en donde esos mismos objetos cuestan un dineral, sin contar que fueron tratados como basura porque por más bien que se comporten, por mucho que intenten adaptarse para la percepción general de esos países no son más que inmigrantes o sudacas o personas de segunda categoría, aunque de regreso a sus patrias por esa extraña pirueta que tenemos los humanos de cobrarnos con los iguales de abajo las ofensas que recibimos de los privilegiados de arriba, se creen mejores que sus compatriotas, eso es arribismo puro y duro, uno de nuestros problemas más ostensibles y más negados; si a esto le sumamos que cada vez hay más individuos en el sentido moderno del término cuyo máximo interés y aprecio es el reconocimiento sin importar de donde provenga, pues su objetivo es la atención y no la valoración de esta, encontramos a una persona indefinible pues su sentido está dirigido por la solicitud que suscita y no por su posición frente a nada, de hecho son aposicionales o posicionales temporales de lo que este en boga, atrás quedaron las épocas de los racionalistas, existencialistas, pesimistas u optimistas.
El individuo contemporáneo es fácilmente maleable o desprendible, a nada se aferra excepto a su teléfono móvil en el que encuentra un mundo de atención inmediata y acorde a su posición mecedora favorecida y alentada por un etéreo algoritmo, que crea una notoriedad mínima y espuria que dura mucho menos de los 15 minutos que pronosticó Warhol, pero que sirve para suplir la sed vanidosa que define nuestra época y a su vez renueva la necesidad de una nueva dosis de realce; nada es más adictivo que el reconocimiento aunque sea en pequeño y por tonterías que alaban otros tontos, antes eran los grandes genios los que obtenían estos reconocimientos: filósofos o artistas espléndidos, originales y sobre todo inimitables, también estaban en la pupila del ojo público los grandes guerreros que destacaban por su audacia y valentía, creando un sistema de jerarquía alrededor de los códigos de honor y el ordenamiento de la rudeza que otorgaba el prestigio, luego el estado moderno dotó de renombre al ideal de justicia y fueron reputados los seres humanos que lucharon denodadamente por imponerlo como principio público, y más cerca de nosotros va a ser la violencia legitimada a través de la política la que concede prestigio, no olvidemos la célebre frase que Stalin trasmitió a Churchill cuando dijo que “un muerto es una gran tragedia, pero millones de muertos son una simple estadística” y que considero es el origen de la imperiosa necesidad de reconocimiento del hombre contemporáneo, la distorsión absoluta del concepto que está en el subfondo de esta forma de popularidad, no importa el motivo de la nombradía sino que se tenga, “me haré famoso o tristemente célebre” como dijo Charly García, perece gritar el mundo desde esa época aunque no sea una popularidad positiva. No olvidemos que todavía, aun hoy Stalin arrastra una fanaticada poderosa sin hablar de la de Hitler considerado por mucha gente como el hombre más malo del mundo, lo que sin duda es una poderosa fama aunque sea una mala fama, pero aun estos violentos que exhibieron todos los antivalores sociales y los métodos más atroces de conseguir su renombre requirieron un esfuerzo mayúsculo en su consecución, lo que dista mucho del fenómeno de popularidad actual, en donde cualquier mequetrefe que haga una tontería es reconocido. Lo único prohibido en el mundo actual es el ocultamiento, no ser visto equivale a no existir y la notoriedad no importa de donde venga ni como se consiga sino tenerla, ser llamativo es ser aceptado y por eso cualquier fama por ínfima que sea parece escalar un peldaño más en la estruendosa escalinata social, eso representan algunos extranjeros para una considerable porción de nuestros compatriotas, una posibilidad de promoción social inmediata, traducida en el acceso a espurios privilegios que se consiguen con el dinero que portan y que arropan a quien esté cerca de ellos, una buena comida en un sitio de moda, una marca extranjera en la ropa, etc, dotándolos de una superioridad artificial que revela nuestra precariedad y sobre todo nuestra dependencia de la notoriedad. Con este criterio que no es otra cosa que la total ausencia de él, hemos venido creando un sentimiento de extranjerofilia o mejor de gringofilia que está trastocando las prácticas tradicionales de gentileza, voluntad de servicio y disposición para ayudar en servilismo, con la disculpa de incentivar el turismo estamos transformando una ciudad conocida otrora mundialmente por su amabilidad en un nido de serviles al forastero que traiga dinero, menoscabando nuestra ya de por sí mal trecha dignidad, incrementando el complejo de inferioridad que disimulamos de cortesía y sarcasmo al hablar mal del vecino, al ponerle zancadilla al colega, al descalificar lo propio por serlo, porque creemos que si es nuestro no vale la pena, que solo lo foráneo es bueno y eso hablando de productos, aunque no es cierto se puede tolerar, pero hablando de personas la cosa se pone grave, eso es otra forma de gentrificación, que le abramos campo a los extranjeros y los tratemos como superestrellas solo porque provienen de un país diferente y muestren una capacidad de gasto superior es jodido aunque no nuevo.
La sociedad ha creado pequeñas y muy útiles formas de notoriedad alrededor de lo extranjero, tomándolo como exótico o peligroso dependiendo del grado de diferencia que muestre con las prácticas y circunstancias de identificación autóctonas, si son diametralmente opuestas crean temor, curiosidad o compasión y si son muy similares, desprecio y juzgamiento, por lo tanto el extranjero gringo típico es un producto híbrido como su cultura, para nuestros prejuicios y por lo tanto el objetivo ideal de nuestro servilismo y el epítome de nuestro complejo de inferioridad, pues encarnan una individualidad suficientemente distinguida, pero también socialmente aceptable, lo bastante diferente para ser interesante y sobre todo reconocible pero al mismo tiempo lo bastante similar para no resultar amenazante o destructiva, encarnando la exacta proporción entre la autoafirmación individual y la aprobación social, en pocas palabras el vehículo para el escalamiento social aceptado, y por lo tanto un ideal de progreso avalado por todos aunque reconocido por muy pocos; cuando ese sentimiento se impone en lo privado como preferir rentar las casa a extranjeros en el modelo Airbnb que a los locales porque los primeros pagan en dólares y es más redituable, es delicado y tiene muchos matices que habrá que analizar en otra ocasión, pero cuando esto escala a lo público se vuelve grave que los parques y plazas como el Botero o el Lleras acojan con los brazos abiertos a los foráneos pero estén cerrados para los locales, demuestra nuestra falta de orgullo propio, de empatía y de compañerismo, pero sobre todo demuestra una sumisión oficial bien parecida a la servidumbre, que los de afuera tengan los espacios y las oportunidades que les negamos a los propios es un exabrupto infame en esta sociedad nuestra tan inclinada a la diestra, que paradójicamente me recuerda una experiencia que viví en la socialista Cuba cuando fui a ver un concierto del grupo cubano de la cubanísima timba cubana, Los Van Van, en un lujoso hotel de la Habana llamado el Meliá Cohiba en donde los cubanos del pueblo que inventaron ese y tantos otros ritmos tenían prohibida la entrada, demostrando una vez más que la estupidez y arribismo no tienen color, ni tendencia política. Nos estamos volviendo una Medellín soñada para cualquier vendedor, un lugar en donde toda emoción tiene su correlato en el consumo, se es en tanto se consuma, estamos pasando del concepto de ciudadano al de potencial cliente o al menos al de audiencia de clientela de una manera casi imperceptible pero poderosa, una ciudad abierta para los extranjeros y cerradísima para los locales; pero habría que analizar qué tipo de personas y de consumo es el que traen algunos de estos oscuros personajes, gringos sin educación y con aficiones sórdidas que solo porque aquí les rinde más la plata ven esto como el paraíso de Mahoma, pero que no representan gran cosa como seres humanos, aun así les damos estatus de superestrellas, les aprobamos sus prácticas y lo peor, vemos en su modo de vida una posibilidad de brillar efímeramente, de cruzar por un atajo; todo por nuestra histórica tendencia a acortar el camino, esta es la pérdida total de sentido crítico sobre qué estamos validando como válido, todo es descartable hasta los principios: “Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros” como diría Groucho. Esto tampoco es tan nuevo, en los ochenta el músculo financiero del narcotráfico hizo que pensáramos idénticamente sobre los narcos y su cultura del despilfarro, que su modo de vida era válido, porque solo veíamos su derroche, pero con el tiempo se fue develando lo siniestro de su hacer, lo que estaba detrás de la cortina de su gasto, equiparando el consumo al buen vivir y no hablo en el sentido estoico de no depender de aquello que nos puede esclavizar y de saber para desenvolvernos mejor en la naturaleza y en el entorno, sino más cercano al tercer tipo de placer planteado por el epicureísmo, el de los apetitos que no son naturales ni necesarios que son los que priman con el dinero, la fama y el poder, eso nos resta potencia, nos vuelve igualmente descartables como seres humanos, esclavizados por la cultura del derroche como aquellas mujeres del sudeste asiático por ese sistema infame, una ciudad escort, una “Medellín de consuelo”. La sociedad ya no solo líquida al decir de Bauman sino desechable, porque lo líquido es precario, móvil y rápido pero también agotador porque surge de contravenir lo sólido que estaba fijo y perdurable o estancado de golpe o tendiendo a estancarse, y por eso repele a una juventud ansiosa de novedad y movimiento, pero en cambio lo desechable se usa y se bota sin posibilidades de reciclarse, si los pillos en los 80 fueron la entrada del mundo líquido a nuestra sociedad, los gringos representan la llegada del mundo desechable. Pero no olvidemos que uno de los más vistosos atributos de lo líquido y lo desechable es lo transitorio y lo efímero, ¿qué va a pasar cuando surja una nueva acrópolis que supla las necesidades de consumo de los gringos: la nueva Bangkok, la nueva Bangalore, la nueva Medellín? ¿Qué haremos con la ciudad mentalmente dispuesta para el servilismo?, ¿Qué pasará cuando nos quedemos sin clientes y tengamos que volver a ser nosotros mismos, los de siempre con los mismos de siempre, con los de aquí? ahí nos quiero ver.